martes, 26 de abril de 2016

Declaración de intenciones

Esto no es una declaración de amor. Es una declaración de guerra. De intenciones. Y sí, es a ti, que sé que me lees. Que sé que sabes quién es el destinatario. Tú, y lo sabes perfectamente. Estas leyendo esto porque te pica la curiosidad. Porque piensas “¿Y sí es para mí?”. Y efectivamente, conforme vayas leyendo, sabrás que eres quien tienes que ser.
Es un manifiesto para que te enteres, que desde que te puse el ojo encima no he parado de pensar en ti. Cada vez que me acuesto añoro tu presencia entre mis sábanas, tu olor, tu calor, tus brazos rodeándome y recordándome que en mi cama, contigo rodeándome nada me asusta, y todo se torna en un color cálido, de ese tono que tienen las gafas de sol antiguas. Como el resto de tu armario, en el que tanto me gustaría husmear algún día, y curiosear en tu ropa. Ropa que más tarde, cuando las calles están vacías, te quiero quitar y tirar en el suelo de mi cuarto. Quiero tenerte en mi cama, tú sentado y yo encima de ti, besándote lentamente, como la primera vez. Quiero empujarte, tumbarte y terminar de desnudarte, como la primera vez.
Quiero notar tu cuerpo cálido pegado al mío, besar tu cuello y bajar. Acariciar con mis manos tu torso de oso, mientras me agarras el culo como si tu vida dependiese de ello, y eso me gusta. Me pone a mil, y lo sabes, porque me haces gemir. Me abres la camisa y hundes tu cara en mi canalillo, y respiras fuertes, mientras noto como me clavas tu pelvis por encima de mis pantalones.
Pantalones que decides que sobran, y que en menos de un segundo están en el suelo, junto a los tuyos. Ellos también están pegados y enredados, pero no como nosotros dos. No como mis muslos y los tuyos, que parecen pasárselo igual de bien que nosotros. Y como si estuvieses envidioso, decides bajar, a ver qué pasa ahí abajo y noto tu aliento cálido en mi ombligo, y como tu barba va bajando abriéndose paso entre mis piernas, que abres con sumo cuidado, como si no quisieras que ese momento terminase nunca. Me pegas un enorme lametón que me hace vibrar toda la espalda, que se curva hacia arriba porque, aunque es físicamente imposible, tu boca me lleva al cielo, y eso mi cuerpo lo sabe. En la milésima de segundo que dura esto, tú lo notas, y sigues, y lo vuelves a hacer. Cada vez más rápido. Pero de repente paras, te separas de mí, y antes de que pueda reaccionar, deslizas tus dedos dentro de mí, suavemente y se me escapa un gemido.
Ese gemido te ha gustado, y quieres oír más. Así que decides aumentar la velocidad de tu mano derecha, mientras te apoyas con la izquierda  y te inclinas hacia mí. Quieres ver mi cara de placer. Quieres ver cómo te miro a los ojos mientras me muerdo los labios. Y eso hago, un momento justo antes de besarte, que empieza a tornarse en algo adictivo. Así como se empiezan con algunas drogas por placer, y es el propio cuerpo el que te lo acaba pidiendo, el mío me pedía tus labios, tu piel, tu cuello y tus hombros enormes que se convertían en el horizonte más bonito que he visto nunca. Te pongo la mano en la nuca, acerco tus labios a los míos, y en tu descuido, te tomo el relevo y me pongo encima, y allí, desde lo alto puedo verte entero, entre mis sábanas, donde sabía seguro que acabarías.
Es curioso, porque es allí, en lo alto, donde decido que hay que bajar. Primero con la mano, para tantear el terreno. Puedo comprobar que en mitad de tu cuerpo hay una señal, que me indica que estas cachondo, deseoso de follarme. Pero antes que eso, iba a lucirme. A hacerte sufrir con el calor de mi boca, y la humedad de mis labios, que te recorrían entero de arriba abajo, con especial atención en la punta.
Me agarras fuerte de los brazos y me pides que pare. Me acerco hacia a ti, y sin parar de mirarte a los ojos me pongo encima de ti, rodeando con mis piernas tu cuerpo grande y robusto que me pone tan cerda. Y me siento, a conciencia. Sabía dónde me sentaba, y tu cara de placer, con la boca entreabierta y los ojos tornados, acompañados de un gemido, me lo confirma. Subo y bajo lentamente y me agarras de nuevo el culo. Tus manos me aprietan con cada embestida, pero decido cogértelas y llevártelas hasta mi pecho. La derecha, mientras la izquierda me la llevo a que recorran mi boca.
Te incorporas, y se juntan nuestros torsos. Noto tu respiración en mi cuello, y tu pulso, cada vez más acelerado, se abre paso entre mis tetas. Es como si fuéramos uno solo, pero la terrible necesidad de besarte me recuerda que no.
Sigo sentada encima de ti, noto tus piernas debajo de mi culo hacer fuerza hacia arriba, y tus brazos rodeándome el cuerpo y el alma.
Me agarras del culo y en menos de un segundo, eres tú el que está encima de mí, comiéndome los pezones. Y de repente, me agarras de los tobillos y los pones sobre tus hombros. Sigues pegándome salvajes embestidas, mientras juegas con tu dedo pulgar en mi clítoris. Sabes lo que haces, y eso me pone más cachonda. Lo notas, y sigues haciéndolo, hasta que me acabo corriendo, contigo dentro. Te ríes, me besas, y vuelves a embestirme.
Tu cadera y mi culo chocan cada vez más rápido y más fuerte, hasta que se pegan más segundos de lo normal, y me agarras fuerte los muslos. Me hace un poco de daño, pero no me importa, porque tu cara de placer lo compensa todo.
Te tumbas a mi lado, metes tu brazo por debajo de mi cuello, me das un beso en la frente, y me preguntas que si no me importa que te quedes a dormir. Claro que no.
Puede que todo esto no sucediese tal que así, reconozco que he añadido algunas cosas a la historia real. Sea lo que sea, es lo que pienso para quedarme dormida, como aquella noche que pasaste en la misma cama donde fantaseo con ese recuerdo.


Y ahora sí que has confirmado que esta declaración es para ti. Aunque más que declaración, podríamos decir que es un llamamiento. A que me hables, a que me invites a tomar algo, a que me digas “ven” y vaya. Es un llamamiento a que te despiertes y esté a tu lado. Sé que lo captarás, porque ya lo captaste otra vez. 

No hay comentarios: