Esto no es una declaración de amor.
Es una declaración de guerra. De intenciones. Y sí, es a ti, que sé que me
lees. Que sé que sabes quién es el destinatario. Tú, y lo sabes perfectamente.
Estas leyendo esto porque te pica la curiosidad. Porque piensas “¿Y sí es para
mí?”. Y efectivamente, conforme vayas leyendo, sabrás que eres quien tienes que
ser.
Es un manifiesto para que te
enteres, que desde que te puse el ojo encima no he parado de pensar en ti. Cada
vez que me acuesto añoro tu presencia entre mis sábanas, tu olor, tu calor, tus
brazos rodeándome y recordándome que en mi cama, contigo rodeándome nada me
asusta, y todo se torna en un color cálido, de ese tono que tienen las gafas de
sol antiguas. Como el resto de tu armario, en el que tanto me gustaría husmear
algún día, y curiosear en tu ropa. Ropa que más tarde, cuando las calles están
vacías, te quiero quitar y tirar en el suelo de mi cuarto. Quiero tenerte en mi
cama, tú sentado y yo encima de ti, besándote lentamente, como la primera vez.
Quiero empujarte, tumbarte y terminar de desnudarte, como la primera vez.
Quiero notar tu cuerpo cálido pegado
al mío, besar tu cuello y bajar. Acariciar con mis manos tu torso de oso,
mientras me agarras el culo como si tu vida dependiese de ello, y eso me gusta.
Me pone a mil, y lo sabes, porque me haces gemir. Me abres la camisa y hundes
tu cara en mi canalillo, y respiras fuertes, mientras noto como me clavas tu
pelvis por encima de mis pantalones.
Pantalones que decides que sobran, y
que en menos de un segundo están en el suelo, junto a los tuyos. Ellos también están
pegados y enredados, pero no como nosotros dos. No como mis muslos y los tuyos,
que parecen pasárselo igual de bien que nosotros. Y como si estuvieses
envidioso, decides bajar, a ver qué pasa ahí abajo y noto tu aliento cálido en
mi ombligo, y como tu barba va bajando abriéndose paso entre mis piernas, que
abres con sumo cuidado, como si no quisieras que ese momento terminase nunca.
Me pegas un enorme lametón que me hace vibrar toda la espalda, que se curva hacia
arriba porque, aunque es físicamente imposible, tu boca me lleva al cielo, y
eso mi cuerpo lo sabe. En la milésima de segundo que dura esto, tú lo notas, y
sigues, y lo vuelves a hacer. Cada vez más rápido. Pero de repente paras, te
separas de mí, y antes de que pueda reaccionar, deslizas tus dedos dentro de mí,
suavemente y se me escapa un gemido.
Ese gemido te ha gustado, y quieres oír
más. Así que decides aumentar la velocidad de tu mano derecha, mientras te apoyas
con la izquierda y te inclinas hacia mí.
Quieres ver mi cara de placer. Quieres ver cómo te miro a los ojos mientras me
muerdo los labios. Y eso hago, un momento justo antes de besarte, que empieza a
tornarse en algo adictivo. Así como se empiezan con algunas drogas por placer,
y es el propio cuerpo el que te lo acaba pidiendo, el mío me pedía tus labios,
tu piel, tu cuello y tus hombros enormes que se convertían en el horizonte más
bonito que he visto nunca. Te pongo la mano en la nuca, acerco tus labios a los
míos, y en tu descuido, te tomo el relevo y me pongo encima, y allí, desde lo
alto puedo verte entero, entre mis sábanas, donde sabía seguro que acabarías.
Es curioso, porque es allí, en lo
alto, donde decido que hay que bajar. Primero con la mano, para tantear el
terreno. Puedo comprobar que en mitad de tu cuerpo hay una señal, que me indica
que estas cachondo, deseoso de follarme. Pero antes que eso, iba a lucirme. A hacerte
sufrir con el calor de mi boca, y la humedad de mis labios, que te recorrían
entero de arriba abajo, con especial atención en la punta.
Me agarras fuerte de los brazos y me
pides que pare. Me acerco hacia a ti, y sin parar de mirarte a los ojos me
pongo encima de ti, rodeando con mis piernas tu cuerpo grande y robusto que me
pone tan cerda. Y me siento, a conciencia. Sabía dónde me sentaba, y tu cara de
placer, con la boca entreabierta y los ojos tornados, acompañados de un gemido,
me lo confirma. Subo y bajo lentamente y me agarras de nuevo el culo. Tus manos
me aprietan con cada embestida, pero decido cogértelas y llevártelas hasta mi
pecho. La derecha, mientras la izquierda me la llevo a que recorran mi boca.
Te incorporas, y se juntan nuestros
torsos. Noto tu respiración en mi cuello, y tu pulso, cada vez más acelerado,
se abre paso entre mis tetas. Es como si fuéramos uno solo, pero la terrible
necesidad de besarte me recuerda que no.
Sigo sentada encima de ti, noto tus
piernas debajo de mi culo hacer fuerza hacia arriba, y tus brazos rodeándome el
cuerpo y el alma.
Me agarras del culo y en menos de un
segundo, eres tú el que está encima de mí, comiéndome los pezones. Y de
repente, me agarras de los tobillos y los pones sobre tus hombros. Sigues
pegándome salvajes embestidas, mientras juegas con tu dedo pulgar en mi
clítoris. Sabes lo que haces, y eso me pone más cachonda. Lo notas, y sigues
haciéndolo, hasta que me acabo corriendo, contigo dentro. Te ríes, me besas, y
vuelves a embestirme.
Tu cadera y mi culo chocan cada vez
más rápido y más fuerte, hasta que se pegan más segundos de lo normal, y me
agarras fuerte los muslos. Me hace un poco de daño, pero no me importa, porque
tu cara de placer lo compensa todo.
Te tumbas a mi lado, metes tu brazo
por debajo de mi cuello, me das un beso en la frente, y me preguntas que si no
me importa que te quedes a dormir. Claro que no.
Puede que todo esto no sucediese tal
que así, reconozco que he añadido algunas cosas a la historia real. Sea lo que
sea, es lo que pienso para quedarme dormida, como aquella noche que pasaste en
la misma cama donde fantaseo con ese recuerdo.
Y ahora sí que has confirmado que
esta declaración es para ti. Aunque más que declaración, podríamos decir que es
un llamamiento. A que me hables, a que me invites a tomar algo, a que me digas “ven”
y vaya. Es un llamamiento a que te despiertes y esté a tu lado. Sé que lo
captarás, porque ya lo captaste otra vez.
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