martes, 26 de abril de 2016

Declaración de intenciones

Esto no es una declaración de amor. Es una declaración de guerra. De intenciones. Y sí, es a ti, que sé que me lees. Que sé que sabes quién es el destinatario. Tú, y lo sabes perfectamente. Estas leyendo esto porque te pica la curiosidad. Porque piensas “¿Y sí es para mí?”. Y efectivamente, conforme vayas leyendo, sabrás que eres quien tienes que ser.
Es un manifiesto para que te enteres, que desde que te puse el ojo encima no he parado de pensar en ti. Cada vez que me acuesto añoro tu presencia entre mis sábanas, tu olor, tu calor, tus brazos rodeándome y recordándome que en mi cama, contigo rodeándome nada me asusta, y todo se torna en un color cálido, de ese tono que tienen las gafas de sol antiguas. Como el resto de tu armario, en el que tanto me gustaría husmear algún día, y curiosear en tu ropa. Ropa que más tarde, cuando las calles están vacías, te quiero quitar y tirar en el suelo de mi cuarto. Quiero tenerte en mi cama, tú sentado y yo encima de ti, besándote lentamente, como la primera vez. Quiero empujarte, tumbarte y terminar de desnudarte, como la primera vez.
Quiero notar tu cuerpo cálido pegado al mío, besar tu cuello y bajar. Acariciar con mis manos tu torso de oso, mientras me agarras el culo como si tu vida dependiese de ello, y eso me gusta. Me pone a mil, y lo sabes, porque me haces gemir. Me abres la camisa y hundes tu cara en mi canalillo, y respiras fuertes, mientras noto como me clavas tu pelvis por encima de mis pantalones.
Pantalones que decides que sobran, y que en menos de un segundo están en el suelo, junto a los tuyos. Ellos también están pegados y enredados, pero no como nosotros dos. No como mis muslos y los tuyos, que parecen pasárselo igual de bien que nosotros. Y como si estuvieses envidioso, decides bajar, a ver qué pasa ahí abajo y noto tu aliento cálido en mi ombligo, y como tu barba va bajando abriéndose paso entre mis piernas, que abres con sumo cuidado, como si no quisieras que ese momento terminase nunca. Me pegas un enorme lametón que me hace vibrar toda la espalda, que se curva hacia arriba porque, aunque es físicamente imposible, tu boca me lleva al cielo, y eso mi cuerpo lo sabe. En la milésima de segundo que dura esto, tú lo notas, y sigues, y lo vuelves a hacer. Cada vez más rápido. Pero de repente paras, te separas de mí, y antes de que pueda reaccionar, deslizas tus dedos dentro de mí, suavemente y se me escapa un gemido.
Ese gemido te ha gustado, y quieres oír más. Así que decides aumentar la velocidad de tu mano derecha, mientras te apoyas con la izquierda  y te inclinas hacia mí. Quieres ver mi cara de placer. Quieres ver cómo te miro a los ojos mientras me muerdo los labios. Y eso hago, un momento justo antes de besarte, que empieza a tornarse en algo adictivo. Así como se empiezan con algunas drogas por placer, y es el propio cuerpo el que te lo acaba pidiendo, el mío me pedía tus labios, tu piel, tu cuello y tus hombros enormes que se convertían en el horizonte más bonito que he visto nunca. Te pongo la mano en la nuca, acerco tus labios a los míos, y en tu descuido, te tomo el relevo y me pongo encima, y allí, desde lo alto puedo verte entero, entre mis sábanas, donde sabía seguro que acabarías.
Es curioso, porque es allí, en lo alto, donde decido que hay que bajar. Primero con la mano, para tantear el terreno. Puedo comprobar que en mitad de tu cuerpo hay una señal, que me indica que estas cachondo, deseoso de follarme. Pero antes que eso, iba a lucirme. A hacerte sufrir con el calor de mi boca, y la humedad de mis labios, que te recorrían entero de arriba abajo, con especial atención en la punta.
Me agarras fuerte de los brazos y me pides que pare. Me acerco hacia a ti, y sin parar de mirarte a los ojos me pongo encima de ti, rodeando con mis piernas tu cuerpo grande y robusto que me pone tan cerda. Y me siento, a conciencia. Sabía dónde me sentaba, y tu cara de placer, con la boca entreabierta y los ojos tornados, acompañados de un gemido, me lo confirma. Subo y bajo lentamente y me agarras de nuevo el culo. Tus manos me aprietan con cada embestida, pero decido cogértelas y llevártelas hasta mi pecho. La derecha, mientras la izquierda me la llevo a que recorran mi boca.
Te incorporas, y se juntan nuestros torsos. Noto tu respiración en mi cuello, y tu pulso, cada vez más acelerado, se abre paso entre mis tetas. Es como si fuéramos uno solo, pero la terrible necesidad de besarte me recuerda que no.
Sigo sentada encima de ti, noto tus piernas debajo de mi culo hacer fuerza hacia arriba, y tus brazos rodeándome el cuerpo y el alma.
Me agarras del culo y en menos de un segundo, eres tú el que está encima de mí, comiéndome los pezones. Y de repente, me agarras de los tobillos y los pones sobre tus hombros. Sigues pegándome salvajes embestidas, mientras juegas con tu dedo pulgar en mi clítoris. Sabes lo que haces, y eso me pone más cachonda. Lo notas, y sigues haciéndolo, hasta que me acabo corriendo, contigo dentro. Te ríes, me besas, y vuelves a embestirme.
Tu cadera y mi culo chocan cada vez más rápido y más fuerte, hasta que se pegan más segundos de lo normal, y me agarras fuerte los muslos. Me hace un poco de daño, pero no me importa, porque tu cara de placer lo compensa todo.
Te tumbas a mi lado, metes tu brazo por debajo de mi cuello, me das un beso en la frente, y me preguntas que si no me importa que te quedes a dormir. Claro que no.
Puede que todo esto no sucediese tal que así, reconozco que he añadido algunas cosas a la historia real. Sea lo que sea, es lo que pienso para quedarme dormida, como aquella noche que pasaste en la misma cama donde fantaseo con ese recuerdo.


Y ahora sí que has confirmado que esta declaración es para ti. Aunque más que declaración, podríamos decir que es un llamamiento. A que me hables, a que me invites a tomar algo, a que me digas “ven” y vaya. Es un llamamiento a que te despiertes y esté a tu lado. Sé que lo captarás, porque ya lo captaste otra vez. 

Suspenso en cibersexo

En mis tiempos de soltería empedernida paso por muchas fases.  Y es que en cuestión de días o semanas puedo pasar de la fase “no me toques ni con un palo, que no me apetece reproducirme ni por mitosis” a la fase “Emma deja de tirarme los trastos que vivimos juntos…”. Son problemas que hacen que me conozca un poco más, y que sepa cómo atajarlos de maneras más o menos efectivas. Una de esas fases, es la fase “redes sociales”. Es decir, me aburro mucho, voy a meterme a una página de ligar, a ver si hablo con alguien.
El procedimiento es el siguiente, yo me meto a la página, en la que seguro tengo cuenta y me pongo a vislumbrar el horizonte nabal - que no naval - existente.  La mayoría de veces pierdo la fe en la humanidad y me entran ganas de arrancarme todo el sistema reproductor de golpe, hasta que doy con algún posible candidato a “míster mata aburrimiento del martes por la noche”.
Cuando ha tenido lugar este hecho y encuentro a alguien más o menos aceptable comienzo a hablar, y entro en esa especie de protocolo no escrito pero que se sigue mucho en las páginas de ligar. Os voy a poner un ejemplo, con anotaciones del director incluidas:
Participante: Hola guapa, que tal? ;) (¿Guiño? ¿Estamos en 1997 o qué?)
Yo: Hey! Qué tal? (me apetece hablar pero no te vengas arriba, guapito)
P: Bien, aquí un poco aburrido, y tu? No tienes sueño? (Siempre que me hacen esta pregunta lo leo con un tono psicópata pederasta muy chungo)
Y: Jajajaja no, de momento no
P: Y de dónde eres? (Persona que se fija poco en los detalles, directamente nada, porque pone perfectamente de donde soy en mi perfil)
Y: De Albacete jaja (Si de algo peco es de poner constantemente “jaja”. Atisbando por cierto, que en ninguna de esas ocasiones he movido un músculo de la cara)
P: Y que buscas por aquí? (Pregunta clave pero a la que no puedes ser sincera)
Y: Pues divertirme un rato (¿En serio Emma?)
P: Oye y si hablamos mejor por whatsapp, esto va un poco mal (Pokeball master Premium pepinahüer lanzadísima e impactando contra tu cara)
Normalmente en estas situaciones me asusto, cierro la ventana del chat y me pongo a ver dibujos animados hasta que se me pasa, pero en el caso concreto que me inspiró esta entrada decidí dar un paso más. Decidí dar un paso más porque me estoy dando cuenta de que son cosas que la gente normal hace. Y mis amigas en algunos casos también.
Así, tras una media hora de conversación sobre el “a qué te dedicas”,” qué películas y series ves”,” a que festivales has ido este año” y el “Sí, a mí tampoco me gustó su directo” llegó la zona crítica. La zona crítica es esa parte de la conversación donde la otra persona ha decidido que llegó la hora de hablar de temas más subiditos de tonos, y en el que mi cuerpo entra en alerta roja.
Yo debo de ser de las pocas personas en este mundo en el que no solo no me gusta mandar ni que me manden fotos guarras por el móvil, sino que además entro en pánico. Comienzo a hiperventilar, me sale sarpullido por los brazos y se me cae el pelo ante la remota idea de intercambiar fotos con cualquier individuo.  Pero respiro, mantengo la calma, me tomo dos ansiolíticos y en esta ocasión decidí ponerme a prueba. Como he dicho antes, por lo visto es una práctica habitual, a la que yo no estoy nada familiarizada.
Mientras pienso todo esto, recibo otro mensaje al móvil. Concretamente una imagen. Concretamente de un pene. Concretamente bastante erecto. Y ahí es entonces cuando entro en alerta roja 2, porque si hay algo que es más difícil que enviar una foto subidita de tono, es como contestas a esos mensajes.
Yo seguía en mi línea de “tengo que intentarlo, es algo normal, no te asustes, es un pene en una fotografía”. Sí, joder, pero ¿qué le digo ahora?
Como soy tan negada para esto, lo intento respondiendo “Uffff”. ¿Ufff? ¿De verdad va a colar eso? ¿Alguien puede ser tan inútil para que eso te motive a seguir hablando con una persona a la que le has enseñado la polla? Pues al parecer sí, y en cuestión de segundos recibo la contestación.
-¿Te gusta eh? Ahora tu ;) (otra vez el puto guiño de 1997)
¿Cómo que ahora yo?  Fase de alerta roja 3 activada. ¿Ahora yo qué? ¿Una foto? ¿Cómo? ¡Si no tengo pene! ¡Si voy en pijama! ¡El trato era hablar, no moverse de la cama!
Parte derecha superior de la pantalla de chat de wahtsapp. En opciones. Más. Bloquear. Borrar conversación y a seguir viendo “My Little Pony”.
De verdad que lo intenté, de verdad que hice un verdadero esfuerzo mental para mantener una conversación “guarrilla”, pero es algo superior a mis fuerzas. Soy una completa negada. Y antes me daba vergüenza admitirlo, era como mi talón de Aquiles, pero en vez de gastar mis esfuerzos en adular la foto del pene de un desconocido mientras me desorino de risa, prefiero gastarlos en desorinarme de mi misma admitiendo que soy un zote para el cibersexo. Aunque suene patético y poco excitante, ser un zote para el cibersexo tiene sus ventajas. Una de ellas es saber que nunca podrán chantajearte con una foto de tu vagina, sabes que no te va a saltar el corazón cada vez que veas anuncios de sexo amateur, o que al día siguiente puedes mirar a tu madre a la cara muy dignamente. Nunca tendré una de esas conversaciones como:
-Hija, ¿que tal has dormido?
-He dormido bien ha sido una noche movidita… Estuve compartiendo fotos de mis genitales con los de un desconocido de un pueblo de Burgos.
Vale, quizá no se tengan ese tipo de conversaciones con una madre, pero de verdad tengo que decir que admiro a la gente que es capaz de estar en la cama y desnudarse de propio para una foto, en la que además ¡sale bien!
Partiendo del hecho de que mis mejores fotos las tengo con más alcohol en el cuerpo que el ejército ruso, la simple idea de hacerme una foto en bolas un martes noche después mientras me está dando un ictus, me aterra. Y es que son cientos las veces que he dicho “venga va, voy a intentarlo”, pero nada, no hay manera. Para empezar, el ruido que se hace, que me da vergüenza ajena hasta a mí misma, y cuando ya estás de pie y te dispones a bajarte los pantalones y a quedarte en el sexy look de camiseta y braguitas que nunca falla, pero de repente te miras al espejo y ves la camiseta que llevas de pijama. La camiseta horrible de propaganda que llevas de pijama, color beige claro y con el logotipo de “Construcciones Fernández”, y entonces se te aparece en la mente un señor random, el Señor Fernández, que curiosamente se da un aire a no sé quién que te cae muy mal, y te preguntas si esa persona también intercambia fotos de su anatomía física con otras personas que no conoce de nada, y mientras tú ahí, con los pantalones por las rodillas… Decides sudar de la camiseta y del Señor Fernández, y ya de paso de los pantalones. Pero claro, quién te iba a decir a ti esa misma mañana de martes cuando cogieses las bragas más anchas y desgastadas del cajón que te ibas  a hacer una foto con ellas. Coges unas bragas mejores del cajón y que sea lo que Dios quiera. Te miras al espejo, te adecentas un poco el pelo de “gorro-humedad-frio-calefacción-repeinarse 30 veces el flequillo” que llevas y te miras al espejo, y oye, para ser un martes por la noche no estás del todo mal. No bien, pero tampoco mal, total, si es una foto.
Entonces después llega el momento de pasar a la acción y de inmortalizar el maravilloso cuerpo torneado, liso, puro y casto cuerpo que el destino ha decidido que no tengas. Son momentos tensos de una media de 16 fotos, pero sin duda, lo que peor resulta es la iluminación. Los problemas de iluminación son la principal causa por las que existe el porno bien hecho (sí, ya sé que hay porno muy mal hecho). Y es que a ver cómo pones la luz de la mesilla para que no haya demasiada luz y se vea, pero no desde ese ángulo que hace sombra y me hace más gorda, y así tampoco que me salen ojeras, pero de aquella manera mucho menos que se me nota la celulitis. Y cuando ya tienes una mezcla de ojeras, celulitis y una sombra que te hace más gorda (realmente es la sombra de navidad) decides hacer la foto. En una persona normal saldrá bien o medianamente bien, en una persona con gafas, el reflejo de la mesilla de noche que tanto te ha costado situar hará que parezcas Terminator. Así que vuelta a repetir la foto, hasta que a la trigésimo sexta foto sales medio bien. La envías, y bien, prueba superada con éxito ¿no? ¿Puedo irme ya a seguir viendo jugadores de rugby en tumblr?
Pues al parecer no, y vuelves a recibir otra foto. Ya no sale un pene, ahora sale un hombre, enseñando el pene, frente al espejo. Supera mis esquemas. Empiezo a girar en círculos mientras sacudo las manos y grito. Bloquear. La próxima vez que me aburra de noche y quiera hablar con alguien llamaré al teléfono de la esperanza.

Probando el vino joven

Siempre he presumido de la facilidad que he tenido para tirarme a tíos que me llevaban como mínimo 6 años más que yo. Siempre he fardado de lo maravilloso que me parecía y de las ventajas que tenía, que superaban con creces a los contra. Sí, puede que muchos lleven una camisa horrible, se crean mejor que tu y tengan unas resacas monstruosas al día siguiente, de las que por suerte escapas. Pero por otro lado, te consagras como una especie de salvadora, una especie de imagen celestial rodeada de un halo de juventud que está dispuesta a cabalgarlos durante toda la noche, que les hace pensar que el tiempo no pasa por ellos, y que esas canas, a fin de cuenta no se notan tanto. Tú por otro lado disfrutas de los beneficios como son la experiencia, que bajo efectos del speed apenas se nota, pero se compensa con una cama en la que acostarte sin preocuparte de padres de por medio y que unas cuantas copas y el taxi corren a cargo de su cuenta. Obviamente no todo esto giran en torno a bienes materiales, porque el elemento clave de la situación es ese componente erótico-festivo que tienen los tíos de 30 tacos, con esa barbita que roza tu entrepierna y esas manos curtidas que agarran tu culo en pompa y le dan unos cuantos azotes.
Eso pensaba yo, y de una manera u otra intentaba convencer, en vano, a mis amigas. No sólo no me creían, sino que además, desde hace unos meses, en mi grupo de confidentes y compañeras de chupitos y risas, se empezó a producir un extraño fenómeno, al que nos gusta denominar el fenónemo “Baby boy” en honor a Beyoncé. Aunque en comparación con la canción, sólo coincidiese con el nombre.
El caso es que desde hacía unos cuantos meses mis amigas habían decidido experimentar e ir un paso más allá, o mejor dicho, un paso atrás, concretamente entre 3 y 5 años atrás, cuando un par de ellas, descubrieron que el futuro de la sexualidad estaba en los yogurines de 19 y 20 años. En niños que aún estaban en el colegio cuando ellas ya estaban aprendiendo a mamarla. Yo por supuesto ante esta avalancha de hormonas puberales que llegaba no hice otra cosa nada más que negarme en rotundo, y mantenerme en mis principios de que la mejor cosecha es la que tiene 30 años.
Sin embargo, durante el verano, sin comerlo ni beberlo, me di cuenta que de repente estaba sentada bebiendo cerveza con un estudiante de económicas de 20 años, al que le apasionaba el ciclismo y salir de fiesta, y que, en su forma más bizarra de cortejo, me contaba sus conquistas sexuales. Lo cierto es que esto último es una táctica de ligue que nunca entenderé, y que nunca pondré en marcha.
Ante esta situación se me ablandaba el corazón, y veía con ternura y añoranza a un veinteañero que me llenaba de piropos y me hablaba día tras día, pero que era un yogurín más que acababa de llegar a la vida. Lo que yo no sabría era que acabaría llegando a su cama.
Lo cierto es que cada vez que lo veía me ponía muy cachonda. Me sacaba una cabeza de alto, tenía barba y una espalda anchísima, y además se ponía esas camisas tan pijas de color azul clarito que deseaba arrancar de una. Pero ahí seguía yo, en mis trece de que acostarse con un niño no era mi estilo, que mis amigas estaban mal de la cabeza y que no me traería nada bueno.
Pasaban los meses, y aunque seguía viéndolo y hablando con él, seguía en mi convicción de negarme en rotundo. Hasta uno de esos jueves en los que todo te importa un pimiento y solo te apetece pasártelo bien. En esos días puedes hacer dos cosas, uno es ir a lo seguro, que en mi caso fue al alcohol, y otra, mandar tus principios de paseo y aprovechar la desinhibición para probar cosas nuevas. Alguna gente en esos casos decide probar drogas duras o hacer paracaidismo, y yo decidí probar el vino joven.
Y así fue como después de unas cuantas cervezas, unos chupitos a cuenta de la casa y una conversación de wahtsapp estaba en la calle, empotrada contra una pared por un pequeño padawan que me agarraba el culo como si su vida dependiese de ello.
Al separarnos me cogió de la cara y me dijo “Vamos a mi casa”, y se me encendió la perra que llevaba dentro. Tras unos 10 minutos de perdernos por calles oscuras y solitarias, de esas que observan cómo derrochas amor y pasión a las 4 de la mañana, llegamos a su portal, subimos en ascensor hasta el último piso. Bueno, mejor dicho al penúltimo piso, porque al último piso tuve que subir yo por una escalera, salir a una especie de galería y esperar mientras él se metió a su casa. Obviamente, el pánico se me metió al cuerpo temiéndome lo peor, y no, no era que me hubiese dejado plantada, sino que en realidad fuese alguna mafia de trata de blancas. Pero no fue así, allí en la galería, se abrió una puerta, que daba a un armario, dentro de otro armario, dentro de una habitación abuhardillada que olía a Allure Home Sport de Chanel y que se iluminaba con la pequeña luz de la mesita de noche.
Antes de que pudiera mediar palabra, estábamos en la cama, arrancándonos la ropa, y ya de paso, las ganas que nos teníamos el uno al otro. Debo de admitir que esas espaldas ganaban mucho más al descubierto que con cualquier camisa color azul celeste claro. Y claro, mientras pensaba todo esto, su mano se iba deslizando por mi espalda, y su boca por mis pechos. Los pezones se me pusieron duros, y noté como su mano pasó de mi espalda, a mi cintura, de mi cintura a mi trasero, y de ahí adentro de mis bragas, que como podéis imaginar, andaban bastante húmedas.
Aunque la parte de empezar a besarme con una persona es mi favorita, debo decir que notar como unos dedos calientes y ansiosos de explorarte se adentran en mí es algo que se me hare irresistible y que hace que se me corte la respiración por una décima de segundo. Así, noté sus dedos deslizándose dentro de mí, una y otra vez, mientras mi excitación subía, al igual que el volumen de mis gemidos.
Como debido a la situación no podíamos hacer mucho ruido ya que toda su familia estaba en su casa durmiendo, empezó a besarme muy salvajemente, y a morderme los brazos, mientras seguía explorando por dentro de mi ropa interior.
Después bajé mi mano, y ahí estaba, en mitad de su cuerpo, dura como una piedra, y caliente como un horno, así que decidí que era mi turno. Le cogí de los brazos, me levanté y me senté encima de tal envergadura. Podía notarla por debajo de los pantalones, rozándome y haciéndome un anticipo de lo que sería el colofón final. Le quité los pantalones, y puse en práctica, cual tenista, mi juego de muñeca, de arriba abajo, y notaba como eso cada vez se iba poniendo más interesante, cómo su cara se hundía en placer y como sus dedos se hincaban en mi piel. En uno de estos gemidos me pidió que parase sujetándome la mano, me apartó y se levantó de la cama. Se quitó la ropa interior y me miró como una bestia mira a su presa antes de abalanzarse a esta. Se echó encima de mí y noté como llegaba hasta lo más adentro de mí mientras me apretaba el pelo y gemía en mi oído. Notaba cada embestida una y otra vez, notaba como descargaba todas esas ganas de las que me había estado hablando estos meses atrás, hasta que decidí coger el timón del barco y ponerme encima. Hice lo que más me gusta, cabalgar lento, para disfrutar el momento. Apoyada sobre mis codos y echada encima de él, con mi boca en su oreja, subía y bajaba lentamente, sintiendo el calor lentamente, muy poco a poco. Primero en la punta un poco, y después de golpe hacia dentro, así unas cuantas veces, mientras miraba como disfrutaba y gemía con los ojos cerrados y la cabeza hacia atrás. Eso nunca falla, y lo sé.
Después me cogió de los brazos, me apartó y se levantó y agarrándome por los tobillos me puso a cuatro patas, y empezó a embestirme una y otra vez, con muchas ganas. Notaba su pelvis golpeando mi culo y cómo entraba y salía, cómo cada vez iba más rápido. Metió su mano por delante, hacia abajo, y a moverla muy rápido, tanto que me quemaba. Y con el calor, vino esa maravillosa sensación, ese cosquilleo que se va acercando y agudizando, que hace que no puedas parar, ese punto en el que no hay retorno, esa explosión maravillosa de sensaciones, donde todas las conexiones nerviosas de tu cuerpo se centran en un punto sólo específico, y entre embestida y embestida llegó mi ansiado momento, el culmen de la situación. Solté un gemido agudo y los brazos se me debilitaron, dejándome caer sobre mis codos, mientras él que cada vez gemía más fuerte seguía empotrándome contra su almohada, hasta que noté una embestida fuerte acompañada de un gemido y sus dedos hundiéndose en mi cintura, dejándome algo de marca de la que me percaté a la mañana siguiente.
Los dos suspiramos y nos quedamos en la cama tumbados, abrazados, evitando que se esfumase el calor que habíamos generado. Eran las 7:30 de la mañana, y sonó un despertador. “Tienes que irte, mis padres se han despertado”

domingo, 14 de junio de 2015

Comida a domicilio


Como chica joven que soy, pertenezco a ese alto porcentaje de personas que los fines de semana salen a beberse el agua de los floreros, y de cuando en cuando, me gusta adquirir algún que otro trofeo de caza. Porque seamos realistas, no salimos a bailar, la gran mayoría salimos de caza. A esta problemática, se le añade un plus de dificultad, y es el alto número de especies en extinción que hay.
Y es que con tanta  diversidad de pensamientos y estilos es muy fácil que la gilipollez también se reparta, no a partes iguales, entre personas. Claro está, que con la tasa de alcohol 4 veces superior a la permitida para conducir un turismo, eso no lo llegamos a pensar. Aún así me considero muy exquisita a la hora de elegir pretendiente, por lo menos es lo que a mí me parece, aunque el domingo me arrepienta de ello.
Dicho esto, nos situamos en el espacio tiempo, aproximadamente un sábado a las 5 de la mañana, en un sitio abarrotado de gente borracha, y servidora no es menos. Voy a por una cerveza, y de camino a la barra, oteando el horizonte, veo una barba, y más abajo una camisa de estampados hawaianos. Víctima localizada. Y es cuando mi faceta seductora se pone en marcha de forma secuencial:
1- Acercamiento: una vez que hemos localizado a la presa, hay que rondarla sutilmente y dejarle claro que estás ahí.
2- Establecer contacto visual: una vez que la presa nos ha visto, lo siguiente que hay que hacer es establecer contacto visual. Primero, ambas miradas deben cruzarse una vez, y es en este momento en el que tu ojo avizor se pone en marcha para saber si va a haber una segunda mirada. Si crees que no, desaparece de ahí. Segundo, cuando ya sepas que caminas sobre puente seguro, mírale a los ojos, y con la mirada entornada (cosa que no será muy difícil debido al último chupito de tequila que te acabas de meter entre pecho y espalda) mándale un claro mensaje de que quieres ver su cara entre tus piernas. Cuando este punto se haya repetido las suficientes veces, es hora de atacar.
3- Ataque: cuidado con esta parte, porque es la más delicada de toda la operación. Un paso en falso, y todo nuestro trabajo se habrá ido a la ruina, quedando condenados a compartir cama con el Dr. Oetker. También cabe destacar que esta parte del plan es totalmente libre, así que yo comentaré la receta tal y como a mí me funciona, por lo que no garantizo que a todo el mundo le vaya a ir bien. Así pues, y retomando con lo planeado, nos acercamos a la presa, procurando que no nos pierda de vista, y recurriremos a establecer comunicación. Primero sonreiremos muy levemente, y seguidamente intentaremos vocalizar correctamente dos tipos de frases, o referidas a la belleza con un “Uy, que guapo eres, ¿no?” o referidas a su ropa “Uy, que camisa tan bonita, ¿no?”. Como puede observarse las dos frases son similares en estructura y contexto, pero hay que destacar que el cerebro a esas horas tampoco da para más.
Establecida la comunicación sólo hay que esperar que la campanita del horno salte y nos avise de que, efectivamente, podemos usar el horno.
Caliente el horno y con la presa cazada, la comida de boca pone punto y final a un largo y arduo proceso de caza. Ahora solo queda disfrutar.

Pasado todo esto, se hacen las 6 de la mañana. Llamo a un taxi dirección a mi casa, voy demasiado borracha para andar, pero no para follar.
Subimos a mi casa y antes de llegar a la habitación ya he perdido casi toda la ropa menos las bragas. Me empuja a la cama, me quita lo último que llevaba encima, y con suaves besos por todo mi cuerpo, empieza a bajar lentamente.
Noto su aliento cálido entre mis piernas, y siento como se excita al ver que estoy húmeda, bastante húmeda. Desliza sus dedos hacía mi interior y gimo, muy fuerte. Más de lo que esperaba hacerlo. Entonces acerca su lengua a mi clítoris, y empieza a lamer muy lentamente, de arriba abajo, mientras mete y saca su dedo corazón de mí.
Mi cuerpo se retuerce de placer entre espasmos y reflejos involuntarios. El corazón me va a mil y de repente se detiene, me mira, sonríe, y vuelve a posar su lengua sobre mi clítoris, pero esta vez lo hace mucho más rápido, y no mete uno, sino dos dedos, el índice y el corazón, y los mete hasta el fondo, lo que hace que yo cada vez gima más rápido y más fuerte.
Se viene arriba y sigue lamiéndome cada vez más rápido y embistiéndome con su mano cada vez más fuerte. Y entonces lo siento, esa señal que te dice que se acerca la sensación más maravillosa del mundo. El hormigueo en mi clítoris se acentúa y se hace cada vez más fuerte, y él lo nota, y se centra en ello cada vez.
De repente llega, el hormigueo que recorre toda mi vagina, y pasa a los pies, que me los deja curvados, y de ahí por toda la espalda, que se retuerce hacía dentro. El vello se me pone de punta, y grito, muy fuerte. Noto como la sangre me fluye más rápido, como todos y cada uno de los problemas que tengo se esfuman y se convierten en la sensación más maravillosa del mundo. La sensación de correrse.
Me quedo en la cama disfrutando de la sensación que la oxcitocina ha dejado por todo mi cuerpo y esperando a que venga. Pero de repente se pone su camisa de estampado, los pantalones, me da un beso en la boca, y se despide.

Rara vez pido comida a domicilio, pero esta vez ha valido la pena. 

miércoles, 9 de abril de 2014

Mi problema con los hombres de mediana edad

Probablemente espere, querido lector, una de esas historias en las que cuento mis maravillosas aventuras de cama que tanto desearía que me pasaran. Pero esta vez no, esta vez voy a hablar de mi fanatismo frustrado por los hombres mayores.

Partiendo de la idea de que la gente de mi edad nunca me atrajo y que efectivamente han cumplido mis peores expectativas, los hombres que pudieran ser mi padre tampoco andan muy lejos de cumplirlas. Porque cuando estás con alguien mayor ocurren varias cosas. La primera es preguntarte qué coño haces ahí y cómo has bebido tanto.
La segunda es pensar si es posible biológicamente hablando que pudiera ser tu padre. Y sí, lo es.

Aunque realmente acostarse con hombres mayores tiene más cosas buenas que malas, las malas son tan grandes que te prometes a ti misma no volver a hacerlo con nadie que pueda doblarte la edad. Claro que conforme va pasando la semana y llegado ya el sábado de esas palabras no te acuerdas a las 4 de la madrugada.

Pero no, en serio, acostarse con hombres mayores tiene varias cosas buenas, como por ejemplo que en tus actividades diarias ya no entra ir andando a ningún sitio, que te puedes permitir cenar fuera, que conoces a sus amigos, lo que se traduce por el mejor tratamiento anti edad del mundo, y que al fin y al cabo, por muy poco que sepas de sexo, siempre sabrás más que ellos, por lo que acabarás siendo como un gurú espiritual del sexo con lencería regalada.
Visto así suena como la descripción de una niña de algún país en desarrollo sobre qué es la vida, pero realmente estas cosas tienen mucho peso, por lo menos en mi vida y es algo a lo que le doy mucha importancia. Pero aún así lo que más me gusta de tirarme a hombres mayores es ese morbo y placer de compartir cama con alguien con quien moralmente no deberías estar haciéndolo. Quiero decir, estas ahí arriba cabalgándote a alguien que ya se hacía pajas en el momento cuando tú naciste, y que probablemente piense que ya no tiene oportunidades con las mujeres tras su divorcio. Pero ahí estas, en una cama grande de matrimonio y bien decorada, con calefacción y gritando sin preocuparte de que ningún padre pueda oírte, mientras le das esa satisfacción a un hombre mayor pero que rebosa morbo y atractivo.
Y es que, personalmente, a los hombres les sienta genial la edad, y esa sensación que tienen continuamente de que saben lo que es la vida y están hasta los huevos de ella, y ahí estás tú, montándolos y recordándoles que la vida aún tiene cosas buenas.

Sin embargo, como ya  he dicho antes, las cosas malas superan a las buenas y es ahí cuando te das cuenta de que son mayores. Por ejemplo cuando te piden ibuprofeno, te dicen que les duele la cabeza y se dicen a sí mismos que ya no están para esos trotes. Cuando se ponen a mirar su Iphone como si tuvieran 15 años. Cuando te das cuenta de que llevaba calcetines negros altos.  O cuando te dan ganas de decirles que ya tienen una edad para llevar cierta clase de ropa interior.
Pero al fin y al cabo, lo único que hay que hacer para no ver estas cosas tan malas es irse elegantemente al acabar. Y dirás, querida amiga “¿Cómo sabré cuando irme?”. Fácil. Cuando ronquen como solo un hombre de mediana edad sabe hacer, o sea, como un rinoceronte.


Así pues, aquí cada uno que lo interprete como quiera, pero no hay nada mejor que desayunar en una casa sin tener que conocer a sus padres. Aunque a lo mejor conoces a sus hijas…



domingo, 14 de abril de 2013

Desconocidos y baños públicos.

Hacía tiempo que no escribía nada, pero no por eso la actividad de mis sábanas ha cesado. Una de las historias que sin duda les contaré a mis hijas cuando tengan cierta edad será la que viví la feria de 2012.
No es que sea una de esas mujeres que se lanzan al agua cargadas de seguridad y autoconfianza pensando y sabiendo que son capaces de follarse a cualquiera.
No soy así...hasta que bebo. Imagino que como al resto de los mortales, o por lo menos a la mayoría, cuando me pongo pedo me pongo cachondona. ¿Qué es cachondona? pensaréis. Cachondona es... es como una especie de término que designaría cualquier estado de embriaguez en el que, literalmente, te follarías cualquier cosa con pene y barba.
Bien, pues eso me pasó esa noche, y afortunadamente me crucé de frente con alguien con barba. Estaba claro, ya sabía lo que quería. Lo primero que le dije fue "Ponme una cerveza" y acto seguido le pregunté, literalmente "Que hace un bombón como tú detrás de la barra? Dios! Tendrías que estar fuera para que te pudiera tirar los trastos".
Ahí comenzó mi parte favorita de cualquier juego. Esa parte en la que dos personas se miran y desean follarse mutuamente encima de cualquier superficie.

Después de 3 cervezas más, un mojito y 2 chupitos de tequila estaba preparada para hacerlo. Así que me acerqué, le pedí otra cerveza y le dije que iría al baño y que esperaría unos 2 minutos para que decidiese venir a follarme. Si no venía, lo aceptaría, me resignaría y lo dejaría en paz.
Obviamente cuando es una misma la que se comporta como un zorrón con unos Gucci en los pies y una lista de buenorros debajo de la cama, pues hay una parte del cerebro que te dice por lo bajini el ridículo que probablemente estás haciendo y que con toda seguridad mañana recordarías con las manos en la cabeza. Sin embargo, ahí se quedó la cosa. Me fuí al baño, me miré al espejo y hice lo que cualquier mujer con dos dedos de frente haría en mi situación. Pintarse los labios.
Pero poco me duraría el pintalabios. Lo justo para salir por la puerta del baño y sonreir. Después de sonreir y de que me quise dar cuenta estaba contra una pared notando el rabo que  llevaba esperando notar desde hacía unas horas.

El desenfreno que se vive en unos baños públicos sí es cierto que te puede hacer sentir una zorra, pero ¿a quien le importa ser una zorra cuando se lo está comiendo un bombón que está faltando al trabajo sólo por estar ahí?

Y era justo ahí donde estábamos ambos, sintiéndonos mutuamente. Abandonándoos espiritualmente para estar ahí a disposición de la carne, la lujuria y el placer.
Subió hacía a mi, me cogió la mano y la metió por dentro de sus pantalones. Noté como respiraba cada vez más fuerte. Cada movimiento que hacía siempre iba acompañado de sus gemidos. Gemidos que tuve que apagar con mi dedo en su boca y con un "Fóllame ya".
Como si de un súbdito se hubiese tratado, mis deseos fueron ordenes. Me cogió la cara, me besó y me metió las manos en las bragas. Seguidamente se rió y me dio la vuelta.
Con las palmas de las manos apoyadas en los azulejos típicos de un baño y las bragas por los tobillos, noté como me cogía la cintura y como sin espera alguna me la metió.
Fue rápido y salvaje. No como esos chicos que se esperan a metertela poco a poco. Era adrenalínico sentir todas y cada una de sus embestidas contra mi. Me ponía todo. Me ponía sentirlo contra mí. Me ponía cuando me cogía del pelo, cuando me metía el dedo índice en la boca y cuando acariciaba mi clítoris de una manera muy salvaje.

Es ese tipo de sexo que recuerdas con canciones como Elephant (Tame Impala) o Doom and Gloom de los Rolling. Es ese tipo de sexo que te gustaría tener por lo menos una vez a la semana. Es ese tipo de sexo que practicas con un desconocido en unos baños públicos mientras te preguntas en qué cara vas a poner al salir.

Mientras pensaba ese tipo de cosas, mi amante improvisado seguía penetrándome salvajemente hasta que pude notar "el cosquilleo". Me arañó la espalda y empezó a gemir y a moverse más rápidamente, por lo que supuse que el también estaba a punto de acabar. Y al final, un ultimo gemido acompañado de un apretón de mis caderas.

Se separó, me subí las bragas y se fue. Yo tardé un poco más por esa estúpida idea que algunas tenemos de "si no salimos juntos aquí nadie sospecharía nada". Pero mis coloretes y mi sonrisa de recién follada me delataban.

Cuando salí volvía a estar ahí, sirviendo cervezas y gin tonics, y yo con la satisfacción personal de haberme follado a un bombón que para mí era y es alguien completamente desconocido. Con esa satisfacción que te hace elevar la cara unos centímetros de más, y con esos colores en los mofletes en los que se puede leer "Me han dado, pero bien..."


viernes, 7 de septiembre de 2012

Amantes de domingo


Yo, que soy una adicta a la noche, al desenfreno, al desfase y a la fiesta, a pesar de lo que pueda parecer no me gusta emborracharme hasta el exceso, y es ese exceso el que he ido controlando con los años. Sin embargo a veces se me escapa de las manos y acabo diciendo y haciendo barbaridades. La mayor parte de veces que cometo esas barbaridades suelo acabar con algún maromo entre mis piernas. La ultima que me pillé vino acompañada de un hombre y de lo que más odio. De un portal. ¿Por qué? ¿Por qué aún la psicología no se ha dedicado a investigar por qué las mujeres borrachas accedemos a hacerlo en portales? ¿Acaso nuestro cerebro no piensa en que puede venir alguien, que pueden llamar a la policía, o que simplemente se merece un respeto? La respuesta es claramente no. Algunas de las historias más cómicas que he tenido han sucedido en portales, y de la manera más chocarrera posible. Chocarrera, menuda palabra…
Sin embargo, como señorita que soy, y sobria que estoy no contaré tal barbaridad sexual, sino que me centraré en el encuentro que tuve aproximadamente 24 horas más tarde. Por lo general no suelo quedar con ningún churri de sábado noche, y mucho menos un domingo resacoso protagonizado por ibuprofenos, agua y la vergüenza ajena que el alter ego borracho de la noche anterior me provoca. Así que, como la excepción que cumple la regla, me decidí a quedar, y para mi sorpresa estuve en un sitio que me parecía ciertamente familiar. Demasiado para mi gusto. Un local de ensayo. Cabe destacar que mis primeras fotos hechas con una réflex fueron en ese pasillo tétrico y que apestaba a sobaco, cerveza y marihuana. La verdad, no sé por qué los hombres con los que he mantenido el contacto más de 24 horas tienen que tocar algún instrumento o estar relacionados con ellos, y por favor, querido lector, no leas entre líneas. Instrumento musical.
Así que a ver, repasamos la situación, que para ser sincera, yo, no paraba de cuestionarme. Me encuentro en un local de ensayo a las afueras de la ciudad con un tío al que la noche anterior le pagué un taxi. Bien. Con tanto analizar la situación, y tanto hablar, de que me quise percatar estaba encima de un ampli enorme enrollándome con susodicho hombre. Notaba su cintura contra mi pelvis, y sus manos sobre mi piel. Notaba como nuestros labios se mezclaban con total facilidad y como su lengua empezó a bajar por lo que acabaría siendo mis tetas.
Cuando un hombre llega a esa zona, toda mujer ha pensado - y si no lo ha hecho es que no es mujer -, cuánto tardará en desabrocharme el sujetador. Cuando quise terminar de formular la pregunta en mi mente, el sujetador ya estaba en el suelo, y la boca de mi amante de domingo se concentró en mis pezones los cuales se ponían cada vez más y más duros, algo que a mí, particularmente me encanta notar. Mis pezones, como pude comprobar no era lo único que se ponía duro, así que como rige mi protocolo personal decidí ponerme “manos a la obra” y bajar a “echar un vistazo”*. Por lo general siempre voy preparada para estas cosas y siempre procuro llevar preservativos de sabores, porque aunque no lo creáis, chicos, el latex no está bueno. Tiene un sabor desagradable y siempre recuerda a la primera vez que se la chupaste al que probablemente sería tu novio, o en su defecto, tu primera cita. Hay chicas para todo, oye.
En definitiva, ahí me encontraba yo haciendo de las mías (jiji) cuando una voz aterciopelada y sexy me susurró: “Siéntate”. Así que, eso hice. Me senté, me abrí y me dejé tocar por una mano guiada por la experiencia. Notaba como algo dentro de mi entraba y salía y eso me hacía volverme loca y por supuesto, ponerme más cachonda. Estaba mojada, muy mojada. Y entonces es cuando aparece esa telepatía entre dos personas donde aparece un mensaje claro, sin tapujos ni complicaciones, limpio y perfectamente legible. “Fóllame”. Admito que yo he pensado algunos mensajes como “Fóllame como una perra”, “Dame lo que es mío”, “Cúbreme” y mi favorita “¿A cuatro patas?”.
Tras ese momento de pocos segundos noté como nuestras pelvis se acercaban y se fundían. Éramos uno sólo, disfrutando y gimiendo. El universo entero era para nosotros y las estrellas aquella noche alimentaban su brillo con mis gritos de placer. La luna creció a medida que nos besábamos y nos acariciábamos. Los mares y océanos enfurecían con cada embestida, las tormentas tronaban más fuertes, los relámpagos iluminaban más, y los vientos propios de huracanes se colaban dentro de mí, despeinaban mi interior y él y yo disfrutábamos al unísono. Gozábamos con cada segundo y el abismo que nos separaba como personas se hacía cada vez más y más ínfimo hasta el punto de que en el momento en el que acariciaba mi oreja con su lengua desaparecía. Nos juntamos como personas, como seres y como un conjunto de terminaciones nerviosas, sudorosas e irradiantes de placer. Todo lo que había en esa sala desaparecía para convertirse en una nube gigante de sexo, lujuria y placer. Placer que no tardaría mucho en llegar a la cumbre y manifestarse en forma de orgasmo sonoro y retumbante. Y, aunque aquello eran locales de ensayo insonorizados, estoy segura de que se me oyó.

Éxtasis. Silencio. Calma. Canutito y a pensar en cómo escribiría esto.