Probablemente espere, querido lector, una de esas
historias en las que cuento mis maravillosas aventuras de cama que tanto
desearía que me pasaran. Pero esta vez no, esta vez voy a hablar de mi
fanatismo frustrado por los hombres mayores.
Partiendo de la idea de que la gente de mi edad
nunca me atrajo y que efectivamente han cumplido mis peores expectativas, los
hombres que pudieran ser mi padre tampoco andan muy lejos de cumplirlas. Porque
cuando estás con alguien mayor ocurren varias cosas. La primera es preguntarte
qué coño haces ahí y cómo has bebido tanto.
La segunda es pensar si es posible biológicamente
hablando que pudiera ser tu padre. Y sí, lo es.
Aunque realmente acostarse con hombres mayores
tiene más cosas buenas que malas, las malas son tan grandes que te prometes a
ti misma no volver a hacerlo con nadie que pueda doblarte la edad. Claro que
conforme va pasando la semana y llegado ya el sábado de esas palabras no te
acuerdas a las 4 de la madrugada.
Pero no, en serio, acostarse con hombres mayores
tiene varias cosas buenas, como por ejemplo que en tus actividades diarias ya
no entra ir andando a ningún sitio, que te puedes permitir cenar fuera, que
conoces a sus amigos, lo que se traduce por el mejor tratamiento anti edad del
mundo, y que al fin y al cabo, por muy poco que sepas de sexo, siempre sabrás
más que ellos, por lo que acabarás siendo como un gurú espiritual del sexo con
lencería regalada.
Visto así suena como la descripción de una niña de
algún país en desarrollo sobre qué es la vida, pero realmente estas cosas
tienen mucho peso, por lo menos en mi vida y es algo a lo que le doy mucha
importancia. Pero aún así lo que más me gusta de tirarme a hombres mayores es
ese morbo y placer de compartir cama con alguien con quien moralmente no
deberías estar haciéndolo. Quiero decir, estas ahí arriba cabalgándote a
alguien que ya se hacía pajas en el momento cuando tú naciste, y que
probablemente piense que ya no tiene oportunidades con las mujeres tras su
divorcio. Pero ahí estas, en una cama grande de matrimonio y bien decorada, con
calefacción y gritando sin preocuparte de que ningún padre pueda oírte,
mientras le das esa satisfacción a un hombre mayor pero que rebosa morbo y
atractivo.
Y es que, personalmente, a los hombres les sienta
genial la edad, y esa sensación que tienen continuamente de que saben lo que es
la vida y están hasta los huevos de ella, y ahí estás tú, montándolos y
recordándoles que la vida aún tiene cosas buenas.
Sin embargo, como ya he dicho antes, las cosas malas superan a las
buenas y es ahí cuando te das cuenta de que son mayores. Por ejemplo cuando te
piden ibuprofeno, te dicen que les duele la cabeza y se dicen a sí mismos que
ya no están para esos trotes. Cuando se ponen a mirar su Iphone como si
tuvieran 15 años. Cuando te das cuenta de que llevaba calcetines negros altos. O cuando te dan ganas de decirles que ya
tienen una edad para llevar cierta clase de ropa interior.
Pero al fin y al cabo, lo único que hay que hacer
para no ver estas cosas tan malas es irse elegantemente al acabar. Y dirás,
querida amiga “¿Cómo sabré cuando irme?”. Fácil. Cuando ronquen como solo un
hombre de mediana edad sabe hacer, o sea, como un rinoceronte.
Así pues, aquí cada uno que lo interprete como
quiera, pero no hay nada mejor que desayunar en una casa sin tener que conocer
a sus padres. Aunque a lo mejor conoces a sus hijas…
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